Comida de negocios

Miguel Máiquez, 11/12/2008

—¿Una copa, señor Finn?

—Hace cinco años que no bebo, por Dios Santo. ¿Acaso no lee los putos periódicos? Soy un alcohólico. Al-co-hó-li-co. ¿Sabe lo que es eso o tengo que explicárselo?

—Discúlpeme… Lo siento, no quería…

—Dígame de una santa vez lo que tenga que decirme y acabemos cuanto antes, ¿de acuerdo? ¿De qué coño va todo esto?

—Bien, sí… Bueno, como ya sabe, represento los intereses de Tulo Brothers…

—Cuénteme algo que no sepa. ¿Cree que tengo todo el día para usted solo?

—Sí, sí, quiero decir, no. O sea… Verá, señor Finn…

—Oh, por Dios bendito…

—Bueno, en resumen… No hace falta que le recuerde que nuestros bancos, el suyo y el nuestro, son los únicos que se están librando de la crisis actual. Al menos, de momento…

—¿Qué quieren? ¿Comprarme o que les compre yo?

—Se trataría de iniciar unas negociaciones encaminadas a establecer un nivel de primeros contactos en base a…

—¿Sabe qué le digo, señor Culo?

—Tulo.

—¿Eh?

—Tulo, señor Finn. Tulo Brothers…

—Es igual. ¿Sabe qué le digo? Que estoy hasta los cojones de toda esta mierda, del puto banco y de todo lo demás. En realidad hace ya años que me harté. Déme su móvil, Culo.

—¿Mi móvil?

—¿Está sordo?

—Perdón, sí… Aquí tiene… Para hacer una llamada hay que pulsar…

—Traiga de una vez.

—Sí, sí… Con cuidado, por favor, es un aparato, ejem, un aparato muy caro.

—¿Jim? Aquí Huck. ¿Cómo andas, viejo? ¿Corre todavía algo de sangre bajo esa piel de negro loco o estás tan chocho ya que no hay quien levante tu gordo trasero de la mecedora? Escúchame, amigo, no aguanto más. Me doy el piro, Jim, me largo al río. Mañana mismo. Me abro, viejo, se acabó. Al diablo con todo. Voy a buscar la balsa, Jim. Al río, Jim, al río, me voy al río, como en los viejos tiempos. Y sería un honor volver a tenerte de compañero. ¿Qué me dices, viejo loco?

—¿Señor Finn?

—Que le den, Culo. Que le den a usted y a todo su jodido Banco Culo. Jim y yo nos vamos al río.


Miguel Máiquez, 11/12/2008
Archivado en Están todos vivos
En el relato: Huck­le­ber­ry Finn

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